diario de un cambio de portátil: de macbook a zephyrus

La visión de un trabajador freelance

Era insostenible. Después de pasar los últimos doce meses con bajones continuos de rendimiento, había llegado el momento de dar el relevo a mi Macbook Pro de 2017.

 

El verano de 2022 no ayudó, y las temperaturas en mi casa rondando los 33ºC tampoco. Llegó un momento donde trabajar con él en ciertas habitaciones era imposible, aún con un ventilador de torre apuntando directamente hacia el portátil de Apple. Daba igual si estaba metido en Photoshop, editando vídeos o haciendo trabajos de administración en Safari o Chrome: de repente, el consumo de la CPU aumentaba al 88%, y las temperaturas de la misma rozaban los 90ºC. Los tiempos de exportación en Premiere y After Effects eran eternos, y aún peor, el trabajo de edición y la visualización en tiempo real había pasado a ser algo utópico, directamente imposible en cuanto se añadían varias Capas de Ajuste y varios Efectos en las composiciones. Lo mismo pasaba a la hora de hacer encargos relacionados con música, o en sesiones de producción musical: el gráfico de uso de la CPU se disparaba irremediablemente en cuanto se aplicaba un mínimo procesamiento con plugins.

 

Antes de continuar vamos a ponernos en situación. Con este texto quiero contar cómo ha sido mi toma de decisiones para cambiar de portátil de trabajo. No pretendo hacer una reseña desde el punto de vista técnico, sólo compartir mi perspectiva de un trabajador freelance desde un punto de vista personal. Pero sí, quiero aprovechar para lanzar un par de nombres técnicos que puedan interesar al lector.

 

Además de hacer trabajo de administración relacionado con las redes sociales, hago muchos encargos audiovisuales para profesionales y creativos independientes. Estos encargos suelen ser cosas puntuales que pueden abarcar fotografía, vídeo, música o diseño web, entre otras cosas. Aunque mi gran vocación es escribir y hacer música en mi tiempo libre, me considero un profesional multidisciplinar, que tiene algunas herramientas para ayudar a creativos y gente que quiere mostrar su negocio o su trabajo en plataformas digitales.

 

El equipo con el que he aguantado durante los últimos 5 años ha sido un Macbook Pro de 2017, de 15 pulgadas, con un procesador Intel Core i7 de 4 núcleos y 2,8 GHz, y una memoria RAM DD3 de 16 GB. Para los niveles de trabajo que he tenido en los últimos años, donde he podido exportar desde videoclips o vídeos de promoción de gran minutaje a algún renderizado en 3D ocasional, esas especificaciones se me terminaron quedando pequeñas.

 

Los 250 GB de almacenamiento interno fueron insuficientes desde el primer momento, y la conectividad de los portátiles que Apple lanzaba por aquel entonces fue un gran dolor de cabeza: con 4 puertos USB C no puedes hacer gran cosa. De este modo, desde mi día 1 con este portátil siempre he ido con un hub potente (y caro) debajo del brazo para poder enchufar pantallas, tarjetas SD y discos externos de estado sólido. Estos modelos de Macbooks, algo anteriores a los primeros Macs que llevaban el chip M1, eran calientes, tenían el nada placentero teclado mariposa y una touch-bar que siempre me pareció tan atractiva y molona como innecesaria. Este fue un portátil que me llegó en forma de regalo, sin elegirlo yo directamente, y fue para mí una grandísima herramienta para iniciarme en el mundo profesional del diseño gráfico y las producciones audiovisuales. Aprendí muchísimo con él y solucioné muchísimos problemas y necesidades que tenía entonces. Sin embargo, el tiempo del relevo había llegado. En cuestión de pocas semanas del pasado verano se convirtió en mi prioridad que la mayor parte de mis ahorros fueran destinados a un ordenador nuevo.

 

Tenía que ser un portátil. Y debía ser un portátil bueno, potente y caro. Aquí entran en juego mis prioridades como productor audiovisual freelance, y son factores enteramente personales, claro. En los últimos años he priorizado la movilidad por encima de un rendimiento que nunca llegué a necesitar realmente. Desde que hace unos años fuera a estudiar al extranjero, decidí que quería poder tener un flujo de trabajo profesional en cualquier localización con un enchufe cerca. La gente con la que suelo trabajar valora mucho que yo pueda llevar mi set de trabajo a cualquier parte, desde componer unos arreglos en un estudio de música, a editar unas fotos o hacer un trabajo de diseño web delante del cliente -a veces, en su propia casa, otras, incluso en el patio de su urbanización-.

 

Tener una torre en mi zona de trabajo tendría muchas ventajas, empezando por el precio y el rendimiento, pero la movilidad del portátil para realizar trabajos de diseño y organización es algo que la gente con la que trabajo valora mucho, y lo considero un añadido importante para las propuestas que hago a mis clientes. Por otro lado, hay que tener en cuenta que siempre tengo etapas en cada proyecto donde necesito estar vinculado a un espacio, y donde además no es práctico avanzar a buen ritmo fuera de un entorno optimizado. Por ejemplo, en largas sesiones de escritura o de edición viene muy bien el uso de varias pantallas o una buena acústica. Mis espacios de trabajo y mis periféricos están acomodados desde hace años a esta forma de trabajar, y he aprendido a aprovechar sus ventajas y a reconciliarme con sus desventajas. Un portátil nuevo sería una línea continuista en este sentido, y la diferencia entre precio y rendimiento con respecto a una torre era algo a lo que estaba dispuesto a acceder, dentro de los límites de mi presupuesto.

 

Los campos de trabajo en los que el nuevo ordenador debía sobresalir serían principalmente el diseño gráfico y la edición de vídeo y su renderizado. Además, necesitaba una buena tarjeta gráfica para hacer trabajos modestos con software de 3D, como Blender y Cinema 4D. Con estos programas usaría motores de renderizado que utilizaran la tarjeta gráfica directamente, como Octane Render o Eevee. En este sentido, las gráficas de NVIDIA son las más recomendadas para estas últimas aplicaciones; más estables de las de AMD con estos motores -alguna experiencia he tenido trabajando con ambas previamente-. Por otro lado, el codificador NVENC de NVIDIA es ideal en el caso de que quisiera hacer algún streaming, y los núcleos CUDA me facilitan a su vez la creación de contenidos para mí y mis clientes, tanto en piezas de vídeo o en transmisiones en directo.

 

En cuanto a la RAM del nuevo portátil, decidí que 32 GB deberían ser suficientes. Conozco experiencias de educadores y trabajadores de CGI que advierten que los 64 GB de RAM no necesariamente hacen funcionar a los programas más rápido. Además, después de investigar un poco, vi a creadores CGI consolidados que trabajaban desde casa con un setup parecido al que yo quería, con la diferencia, claro, de que yo no voy a ponerme a hacer efectos especiales para una superproducción de Netflix a corto plazo. 

 

Como hemos visto hasta ahora, en mi cabeza no cabía la posibilidad de actualizar el Macbook por un Mac Studio, o por un Macbook Pro nuevo con los nuevos chips de Apple. Es cierto que el rendimiento de estas bestias parece espectacular en los benchmarks, y también que el trabajo de optimización con los procesadores y los programas de Apple es fantástico. Pero 2 factores me quitaron la idea de la cabeza: mi presupuesto, que no querría que sobrepasara demasiado los 3000€, y la filosofía de Apple de cara a reemplazar componentes y a hacer mejoras de hardware con los años.

 

Es cierto que un portátil Windows nunca va a ser tan personalizable como una torre, pero tampoco pretendo hacer upgrades en el corto plazo. Sí quería, sin embargo, poder añadir algunos gigas de RAM si hicieran falta, o aumentar el almacenamiento interno fácilmente. Las especificaciones finales, de las que hablaremos más adelante, valían en el caso de un Macbook Pro precios cercanos a los 4000€. También en el caso de los Razer Blade, unos modelos que me maravillan, sobre todo por lo estético, pero que no aprovechan bien toda la energía que consumen, de acuerdo a algunas reviews que investigué. Así pues, después de afinar la búsqueda, llegué a mi punto dulce en cuanto a especificaciones y precio: el Asus ROG Zephyrus M16.

 

Aquí nos ponemos técnicos, al menos con los nombres. El modelo que elegí tenía 32 GB de RAM DDR5, ampliables a 48 si hiciera falta y una pantalla de 16 pulgadas de 2560×1600, con 100% de DCP-P3, panel IPS y una tasa de refresco de 165Hz y 3ms de respuesta. El procesador sería un Intel de 12ª generación, i9-12900H, de 2500 MHz Y 14 núcleos. Además, contaría con una tarjeta gráfica NVIDA GeForce RTX 3070 ti, lógicamente en su versión portátil, con 8 GB de memoria. Un par de detalles me ganaron a la hora de elegir este modelo Zephyrus: cuenta con un puerto Thunderbolt 4, ideal en el caso de que quisiera conectar una GPU externa, con las que había trabajado previamente, y también tiene webcam, la cual suelo usar mucho trabajando. El almacenamiento es sólo de 1 TB, en SSD M.2, pero esto para mí no supone mucho problema. En los últimos 5 años he organizado mi flujo de trabajo y mi sistema de almacenamiento de archivos para que esté basado en discos de estado sólido externos, así como las copias de seguridad. Como dije anteriormente, el método de trabajo en este sentido es continuista, y este portátil, que puede verse como a medio camino en muchas cuestiones relacionadas con rendimiento, me ofrece el nivel de potencia que necesito en un corto-medio plazo.

 

En mi caso directamente no era viable, pero ¿podría haber invertido un 50% más de presupuesto para ganar más potencia? Bueno, la realidad es que el encarecimiento que supondría, por ejemplo, un modelo con más almacenamiento y una 3080 ti en versión de portátil no me merecía la pena. Las gráficas portátiles tienen un rendimiento limitado por su alimentación y el espacio del que disponen para su refrigeración. Un aumento del 50% del precio me dejaba muy lejos de un aumento del 50% del rendimiento. De este modo, tomé la decisión después de darle muchas vueltas y empecé a trabajar con mi nuevo portátil, haciendo por el camino un cambio de sistema operativo: pasé a trabajar en Windows y abandoné macOS.

 

Mis impresiones finales de momento son limitadas, porque sólo he podido usarlo durante unas semanas. Por decirlo llanamente, de momento estoy muy contento. La configuración de este portátil me permite manejar proyectos relativamente ambiciosos en After Effects, con animaciones sencillas pero con algunas capas en la composición. Los tiempos de exportación son una delicia y se adaptan bien a mis necesidades, y he de decir que en este sentido estoy mucho más contento con las exportaciones que con el playback en tiempo real en After Effects. La gráfica, por su parte, rinde bastante bien en lo técnico. No he tenido ocasión de apretarle aún con Octane Render, pero jugando a Shadow of the Tomb Raider a 1920×1080 en un monitor externo, en modo Ultra puede plantarse fácilmente en 160 FPS. En general, y obviando el ruido que hacen los ventiladores, la experiencia jugando con él me parece muy satisfactoria, dentro de lo que un portátil gamer puede ofrecer.

 

En este punto es importante hablar sobre el público objetivo a quien está enfocado este producto. Claramente el público gamer es su target. Se nota en los acabados y en el marketing que NVIDIA le da a sus tarjetas gráficas, así como en toda la gama de productos del sello Republic Of Gamers de Asus. Sin embargo, cualquiera que se lo compre para jugar debe tener en cuenta que como mejor funcionan estos portátiles es usándolos en una estación de trabajo, con teclado y monitor externos. El ruido de los ventiladores y el calor de la máquina van a ser siempre un factor importante a tener en cuenta, aunque noto que todo el aparato y su chasis están pensados precisamente para que esto no sea un problema. Se calienta, sí, y en cuanto quieres algo de rendimiento serio pierdes movilidad. Pero es inviable pedirle algo distinto a estas máquinas hoy en día. El rendimiento es bueno, y honestamente tengo muy buenas sensaciones cuando me encuentro tantas horas trabajando con él, tanto en la estación de trabajo como sobre el mismo ordenador. Mis partidas en tiempo de ocio también me resultan ágiles, y me apetece constantemente sacar partido a la máquina en este sentido.

 

Por otro lado, la textura y las sensaciones del teclado son estupendas, los colores de la pantalla hacen que no eche de menos el monitor de mi antiguo Macbook de 2017. El cuerpo y la superficie del ordenador tienen un tacto agradable, aunque no hay manera de librarse de las marcas de las manos y los dedos. Esto puede ser un punto en contra importante, sobre todo teniendo en cuenta la estética. Pero lo cierto es que lo gustoso de los materiales a la hora de tocarlos hace que se lo perdone un poco. Es un acabado bueno, aunque desde luego está lejos de llegar al de los Macbooks de Apple, y posiblemente también esté lejos de los Razer Blade.

 

Para concluir podemos decir que este Zephyrus M16, muy parecido a otros portátiles de la gama ROG de Asus, es un aparato bien construido con unos propósitos muy claros en mente. La potencia de los componentes está, en mi caso, en la justa medida de lo que necesito y lo que puedo pagar. Mer quedo con eso en lo personal, y tengo la certeza de que ha sido una compra responsable y necesaria. Además, trabajar con él está siendo una muy buena experiencia de momento, y eso es algo que valoro y que me aporta buenas sensaciones y calidad en mi rutina. Este ha sido un paso importante para mí como profesional, aunque no dejaré de plantearme si mi forma de trabajar podría mejorar en algún aspecto, así como de valorar nuevas opciones cuando estas aparezcan. De momento, el paso de Macbook a Zephyrus ha sido necesario, sí, pero también muy satisfactorio.