“Así son las cosas, Pablo. En tu casa nunca ha faltado un libro. En la mía nunca ha faltado una bombilla.”
Una vez me dijeron esa frase en una conversación entre amigos. Yo no soy ingeniero ni programador, pero siempre me ha entusiasmado la tecnología en el sentido amplio del término. Hay una parte de mí que inevitablemente la asocia con las grandes historias, con el ingenio y las buenas ideas que acaban dando resultados diferentes. El concepto de “tecnología” siempre me hace pensar en los cómics y el cine; lo conecto con aquellos grandes genios, protagonistas ingeniosos e incansables que ante una necesidad toman una decisión, deciden una acción, y acaban accionando una solución. No quiero ponerme más alegórico de la cuenta, pero me gustaría desarrollar esta idea: en el momento en que estos personajes se ponen a trabajar, la bombilla se enciende, a veces de manera literal, y la tecnología se convierte en el medio por el que estas mentes se expresan e impactan en el mundo que les rodea.
Tony Stark detiene el pedazo de metralla que va hacia su corazón y acaba ideando una armadura que le convierte en héroe; Sherlock Holmes inventa su enésimo disfraz, su enésima trampa, para ganar ventaja en su persecución; Ulises consigue superar el peligro de sus viajes y solucionar los problemas con sus ideas, valiéndose de un ingenio que nadie puede igualar. Según la RAE, la tecnología puede definirse como “conjunto de teorías y de técnicas que permiten el aprovechamiento práctico del conocimiento científico”, y como “conjunto de los instrumentos y procedimientos industriales de un determinado sector o producto.” Me gusta ver la tecnología como una herramienta, como un medio por el cual conseguimos hacernos la vida más fácil. Pero lo cierto es que, en nuestros días, la tecnología también puede verse como un fin en sí mismo.
El marketing, los estímulos constantes en forma de anuncios, las carreras de las grandes compañías por posicionarse y ser las predominantes en la nueva generación de un determinado componente… Todos esos elementos son parte del mundo en el que vivimos y componen una industria imprescindible para nuestra sociedad. Pero si nos paramos a reflexionar sobre el uso que hacemos de nuestros aparatos cotidianos podemos llegar a una idea de la tecnología diferente. Podemos verla no sólo como el concepto abstracto de “las buenas ideas”, o como un engranaje más de marketing en una inmensa maquinaria industrial. También podemos ver los aparatos tecnológicos de nuestro alrededor como algo material y valioso, como unos objetos materiales que hablan sobre nuestros hábitos, nuestra manera de comportarnos, nuestros gustos y nuestra cultura.
En mitad de la vorágine del marketing y de la competición de las grandes industrias por nuestra atención, hay gente que disfruta con esos pedazos materiales relacionados con el mundo tecnológico, que los colecciona y aprende sobre ellos. Un ejemplo un poco obvio: el ejercicio de montar tu propio PC. Podemos verlo simplemente como un proceso que delegas en otros profesionales, o como un ejercicio sobre el que primero investigas y después ejecutas, aprendiendo sobre la marcha. Hay otra parte importantísima de este ejemplo, que es el realizar este montaje por gusto y afición: el tomártelo como un ejercicio de ocio, como tantos otros. Otro ejemplo podría ser montar tu propio teclado mecánico, o coleccionar ediciones limitadas de componentes con algún motivo artístico concreto (acabados, materiales, decoraciones basadas en tus series favoritas, etc.).
El coleccionismo tecnológico me parece muy interesante en este sentido. Esas imágenes, esas piezas que, claro, forman parte de una calculada estrategia de marketing, tienen la capacidad de crear aficiones e intereses en las personas. Algunos creadores de contenido pueden enseñar a lo que se dedican, y hacer entender a su audiencia cómo funcionan ciertas cosas, como su toma de decisiones, su gusto a la hora de elegir unos componentes por encima de otros, o su manera de desarrollar su flujo de trabajo y su rutina. Y cuando esa puerta de entrada se ha abierto, en muchas ocasiones nosotros, la audiencia, queremos saber más. De esta manera, aquel que nunca se había planteado cómo funciona el aparato que utiliza diariamente de repente se descubre queriendo aprender más sobre el tema. De repente encuentra la ocasión para aprender. De instalar tu primer Windows a aprender sobre Linux, de configurar una tarjeta gráfica externa a querer montar tu propio ordenador, y de ahí, empezar a solucionar problemas en los de tus conocidos.
La parte material de la tecnología puede crear cultura, porque ese coleccionismo puede verse acompañado de una divulgación de conocimientos, de una creación constante de contenidos y de conversaciones que propaguen intereses y aficiones. Y esas expresiones culturales pueden enriquecer nuestro entorno y nuestra visión. Estoy escribiendo esto de una manera un tanto abstracta, pero espero estar explicándome bien. En nuestros días parece que todo lo que nos rodea tiene que ser útil, rentable o reaprovechado. Es normal, ¿no? Porque vivimos en unas décadas de crisis, los componentes escasean y las materias primas se encarecen. A lo mejor es constructivo que nos paremos a reflexionar cuál es el papel que todas estas piezas de tecnología juegan en nuestro día a día y en nuestro trabajo rutinario. Y, desde luego, también se me ocurre que podría ser interesante preguntarnos qué lugar ocupan estos elementos tecnológicos en nuestras prioridades, o incluso en nuestro subconsciente.
¿Te has preguntado alguna vez por qué tienes tantas ganas de comprarte ese monitor nuevo? ¿De dónde nace exactamente tu necesidad de renovar tu iPhone? Sinceramente, no creo que haya respuestas buenas o malas aquí. En ocasiones, por supuesto, todas estas cuestiones nacerán de necesidades reales, y en otras responderán simplemente a las ganas de experimentar, de conocer más cosas acerca de ese mundillo, o simplemente responderán a las ganas de jugar, de desarrollar una afición en la que te gusta invertir tiempo y dinero, y que puede incluso beneficiar a tu salud mental. Sería injusto y mezquino juzgar las respuestas de cada uno, pero sí puede ser interesante reflexionar al respecto, para saber de dónde viene los impulsos que tenemos en nuestras compras, por ejemplo, o analizar nuestra toma de decisiones cuando nos toca invertir nuestro dinero y nuestro tiempo.
Las necesidades creadas “artificialmente” por la publicidad y los estímulos audiovisuales constantes siempre van a estar ahí. El FOMO, el miedo a perdernos la conversación del momento, es sólo uno de los muchos alfileres que nos pinchan poco a poco, y que nos crean esos impulsos artificiales. Si nosotros, los consumidores, nos dejamos llevar cada vez más por estos estímulos audiovisuales incansables, quizá es importante que hagamos el ejercicio de reflexionar sobre el papel que toda esa tecnología juega en nuestras vidas. Si es algo inherente a nuestro trabajo, podríamos preguntarnos hasta qué punto condiciona nuestro workflow, o cómo podríamos disfrutar más y tener un mejor rendimiento por el camino. Si es algo que asociamos 100% al tiempo de ocio, podemos plantearnos si de verdad nos hace disfrutar y recargar las pilas -nunca mejor dicho- como queremos.
Personalmente me he reconciliado con la idea de vivir rodeado de cables, por afición y por necesidad. Es más, podría decir que disfruto acondicionando mis espacios e invirtiendo mi tiempo para sentirme cómodo en ellos, y así ganar calidad de vida. Con estas líneas solo quisiera invitar a los lectores a reflexionar sobre estos temas. ¿De verdad todos esos cables que te rodean son tan necesarios para ti?
Sería fantástico que tus respuestas te condujeran al lugar donde de verdad quieres estar. Si no fuera así, si aún no llegaste a ese punto, no te preocupes. Quizá sólo te hace falta darte algo de tiempo y de espacio para aprender y reflexionar. Puedes enchufar algunos de esos cables o desconectar algunos otros, ordenar o darle vueltas a ciertas cosas. Quizá entonces acabes teniendo esa gran idea, ese impulso que necesitabas, o quizá aprendas a usar esa herramienta que te permita cambiar las cosas a tu alrededor, igual que pasa en las historias de las que hablábamos antes. Quizá entonces se encienda esa bombilla y puedas llegar a donde quieres.